Mira, mira, ¡Mira! Desde que años atrás apareciera aquel grupo de amigas chachi guay llamado Spice Girls, en el que una era deportista, la otra pija, la otra cañera, la otra más puta que las gallinas y otra iba de niña buena, ese grupo de amigas que no habían sido seleccionadas en un cásting para nada ni habían sido convenientemente caracterizadas, el mundo se ha transformado. Y esto no lo digo sólo porque desde que aquéllas dijeran que era una formación musical a pesar de que cantaban menos que un grillo mojao empezaran a salir grupos de cuatro o cinco pseudoadolescentes con los huevos negros por doquier, no. Lo digo porque se hizo patente con una intensidad inaudita el fenómeno fan, con hordas de tipos y tipas rasgándose las vestiduras, sufriendo desmayos y tirando bragas a la cara de sus ídolos. Como todo tiene repercusiones y consecuencias (incluso cuando te tocas), el mundo de las relaciones también ha sufrido su conveniente transformación.
Hoy en día, todo el mundo quiere tener un fan. Tener fans es guay. Y quien dice un fan, dice un club lleno de ellos. Seamos sinceros: a todo el mundo nos gusta sentir que alguien nos idolatra, nos quiere, nos sigue por todo el país, nos quiere llevar la mochila y darnos su bocadillo a la hora del recreo; tener a alguien entregadísimo dispuesto a hacernos la pelota y a morir por nuestros huesitos. Está claro que el humano, ese gran desconocido, se alimenta de la mirada de los demás y si los demás le miran con admiración su poll… que digaaa… su ego, eso es, su ego engorda, se hace grande.
Tontos no somos: a nadie le amarga un dulce.
Operación Triunfo ha hecho mucho daño. Desde que la tele nos dijera que cualquiera de la calle podía ser cantante famoso y tener una ristra de locas histéricas a su alrededor, todo ha cambiado. La democratización de la fama ha conseguido que se establezca una competencia mariconil por obtener un mayor número de fieles seguidores. Cuánto más entregados son tus fans, más gorda la tienes… Lo tienes. El ego. Eso. Así que se trata de ir por la vida acumulando seguidores.
Pero veamos cómo se desarrolla el asunto, que seguro que os va a encantar. :)
Pongamos por caso que te gusta Pichupichi, que te encanta, vamos: te pone palote. Así que, como es natural, empiezas a tontear con Pichupichi; al principio de forma tímida, en plan putita fina, para comprobar cómo responde. Y resulta que Pichupichi responde adecuadamente a tus insinuaciones y te las devuelve. En el mundo de las personas normales, esto quiere decir que Pichupichi y tú os moláis un taco y que pronto estaréis arrancándoos los calzoncillos a bocaos en cualquier motel de carretera. Lo que pase después nadie lo sabe, excepto Esperanza Gracia y sus astros.
No obstante, en el maravilloso País de Nunca Jamás Conseguirás una Pareja Estable las cosas no son tan sencillas: que Pichupichi responda a tus insinuaciones con la misma moneda no quiere decir que tú le pongas a él del mismo modo que él te pone a ti. Y resulta que tú le propones a Pichupichi quedar (es normal, lo de tirarte a alguien a distancia no mola o mola, pero por un periodo de tiempo corto). Y resulta que Pichupichi no puede esa semana porque tiene que practicarse un estiramiento de ojete (una operación supercomplicada). La semana siguiente le vuelves a proponer quedar, pero tampoco puede. Y a la siguiente tampoco. Y así es como Pichupichi te va dando largas mediante estudiadas excusas (como que tiene un padrastro en el dedo gordo de la mano izquierda que le impide salir a la calle o que tiene que observar cómo germina una semilla de nabo que ha plantado en el balcón de su casa).
Llegados a cierto punto, completamente desconcertado, vas y le dices a Pichupichi muy claramente:
-Oye, Pichu, es que tú a mí me molas. ¿Yo te molo a ti?
Y él contesta más ancho que Pancho:
-En este momento no. Pero quién sabe en el futuro.
Tooooomaaaa… A esto se le llama dejar la puerta abierta. O lo que es lo mismo: creer que el sujeto que sea es tontolculo y mantenerlo como fan. Te has convertido en lo que se denomina un Paluego. Pichupichi te deja ahí, en stand by, y ya si eso otro día te sigue el rollo (haciéndote sentir siempre, clarostá, que tú eres el que está hipernecesitado de su atención y que te puedes dar con un canto en los dientes si te mira sin vomitar). No es que en el futuro Pichupichi se vaya a despertar una mañana pensando en que te va a poner un piso en Sitges porque, de repente, a las cuatro de la mañana, Cupido ha entrado y le ha clavado un dildo en la frente (el dildo del amor por ti). No. Lo que le pasa a Pichupichi es que le encanta gustarte porque se sube la autoestima a tu costa. Eso es, se le engorda la polla cuando habla contigo porque sabe que te mola y dilatas más que una embarazada a punto de dar a luz.
Y es que hoy en día lo de cerrar puertas no se lleva. Por eso, los messengers, los tuentis, los facebooks y las agendas de los móviles se convierten en una especie de nevera de maricones en las que los mariquitusos se amontonan y uno va escogiendo lo que más le apetece según el día. Es decir, no me gustas una mierda pero lo mismo mañana me levanto con la moral por los suelos y te abro ventana solo para que me recuerdes lo estupendo que soy. Y no, mi vida, no es que quiera follar contigo en ningún momento, así que ya puedes dejar de hacerte ilusiones y utilizar el lubricante para engrasar la cadena de tu bici.
Dejar la puerta abierta y sumar fans es todo un arte y hay múltiples manera de llevarlo a cabo. Entre las estrategias más utilizadas, tenemos las siguientes (os expongo las más usadas para que os sirvan para identificar a los triunfitos):
-Estoy en un momento complicado de mi vida. Y, claro, ahora mismo no puedo pensar en nadie. Pero todo el mundo sabe que los momentos complicados pasan, así que lo mismo en unos días se me quita esta cara de gilipollas y entonces te hago caso porque la cuestión es que me encantas. Es una pena que no nos hayamos conocido en otro momento. No, no quiero que me esperes; sólo que estés ahí cada vez que se me encone un pelo del escroto.
-Ahora mismo no me encuentro preparado para una relación. Y, claro, no voy a follar contigo, porque tú me gustas para algo más serio (aquí las bragas se te bajan hasta los tobillos). Follar ya follo con otros: con tu amigo, con el amigo de tu amigo, con el portero, con el charcutero, con tu hermano, con tu padre, con aquel de allí, con el camarero del bar… A ti mejor te dejo para el futuro, para presentarte a mi madre y que tengamos ciento cincuenta y siete hijos en una cabaña junto al lago.
-Tú me gustas mucho y quiero conocerte mejor antes de tener nada contigo para no hacerte daño. Y como quiero conocerte mejor, nunca me decido a quedar contigo, no te pregunto nada de tu vida, no me interesa una mierda lo que me cuentas y dejo que seas tú el que inicie tooooodas las conversaciones que mantenemos. Eso sí, cada conversación girará, necesariamente, en torno a hablar de lo guay que soy. Todo el mundo sabe que lo mejor para conocer más profundamente a una persona es animarla a que te diga todo el tiempo lo mucho que le gustas.
Por eso, mi vida, cuando conozcas a un maricón cuya única pretensión es calentarte la entrepierna para que le hagas la ola cada vez que hablas con él sin intención alguna de hacer realidad tus fantasías más tórridas, dale una patada en el culo y que pase el siguiente. Que otra cosa no, pero cada día hay más maricones fuera del armario.
Y quien quiera un club de fans que, al menos, le ponga empeño y haga algo memorable, como enseñar una teta en televisión a lo Sabrina o sacar un disco de technorancheras.
Ay, señor, cuándo aprenderemos que el mundo no gira alrededor de nuestra polla y que los otros maricones no son genios de la lámpara dispuestos a satisfacer nuestros deseos…
Palabras de Triniti Graun y del Paper